quarta-feira, 26 de fevereiro de 2014

Esta noche me apetece escribir un poco sobre las metáforas. Empiezo con el ejemplo de mi hija: cuando le pregunté (hace una hora y media, más o menos) qué era la metáfora, me respondió así «papá, a metáfora is uma coisa pequena como o elefante». (Notad el verbo copular en inglés - el cambio de código resulta uno de los rasgos más salientes del habla suya... tan bonito como confuso a la hora de comunicarse entre los familiares). Ahora bien, no es que se haya equivocado, pues, decir que una cosa es elefante ejemplifica desde ciertas perspectivas la metáfora no metonímica (sino solamente de comparación).

De hecho, cuando enseño a los alumnos una definición fácil de la metáfora, surge lo siguiente de la boca: «La metáfora es la comparación directa entre los o más objetos por algún elemento en común. Este elemento puede ser físico, emotivo o aplicado desde el punto de vista del observador / sujeto poético / narrador». Como he dicho, es fácil, si no cien por ciento acertadito.

Así, cuando les doy esta definición espero la regurgitación de la misma en el papel a la hora del examen, de una prueba, etc. Sin embargo, y lo más regular de todo, por lo general me ponen una respuesta de libro: «El dicho metafórico remite a los antiguos textos didácticos en el sentido teleológico en los cuales las significancias últimas y universales se transfieren a los objetos menos cotidianos...», etc. Ahora bien, les aplaudo el hecho de haber indagado en algo más allá de una simple serie de palabras otorgadas por el profe por miedo de perderles en el tránsito epistemológico que sería una explicación en salón. Por otra parte, me es obvio que no habían leído sus propios apuntes...

En esos momentos de perdición extracurricular tiendo a cerrar los ojos e intentar recordar que, como ya se sigue viendo en estos postings, la poesía nos dice todo. Entre los poetas hay uno, a mi ver, que ha definido la metáfora de manera que a mi pequerrucha le habría encantado:

Litany:

You are the bread and the knife,
the crystal goblet and the wine.
You are the dew on the morning grass,
and the burning wheel of the sun.
You are the white apron of the baker
and the marsh birds suddenly in flight.

However, you are not the wind in the orchard,
the plums on the counter,
or the house of cards.
And you are certainly not the pine-scented air.
There is no way you are the pine-scented air.
...
(Billy Collins, Nine Horses, 69)

El poema me encanta, primeramente, por su exquisita y valiente audacia. La negación de las comparaciones caseras específicas nos parecen, a primera vista, irónicas. Sin embargo, y al basarme en la definición de la ironía como un final inesperado a una serie de eventos predecibles (otra simpleza pedagógica que he adoptado desde aquellos buenos tiempos), no pretende ofender ni limitar. Por el contrario, la delimitación de su propia expresión metafórica añade a la metáfora una belleza aun más profunda. De la primera estrofa comprendemos la noción del comienzo, del nacer de un mundo en pleno acto de despertar y de autocreación. De la segunda hay imágenes relacionadas a lo estático, a una estética de lo bello sin evolución. En este sentido el poema apremia a la interlocutora por su habilidad de auto-conmoción, por pertenecer a una visión del mundo sin socavarse en lo absurdo de una existencia a la que faltan los bonitos momentos de nacer.

Es aquí que surge «la nieve en la sima» (como dice Clara Janés en su Arcángel de sombra), en arrancar hacia una nueva vida que es, por antonomasia, la misma de siempre pero sí renovada por el amor y lo sublime del minuto, del segundo, en constante evolución. Lo pequeño, bajo esta cosmovisión, radica en lo elefantesco; mi hija, ahora dormida y nadando entre las nubes del sueño, sabrá que siempre ha tenido razón.

Buenas noches / good night / Boa noite!

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